Sentimentalidad futbolera

Ancheta ha ido a un campo de fútbol. ¡Después de medio siglo! El campo estaba casi lleno. El equipo local ha estado muy flojo. Pese a ello la afición le ha animado. Lo que más le ha llamado la atención a Ancheta ha sido la actitud de la masa. El equipo local ha sido tratado como si fuera un equipo de delicadas señoritas antiguas; las señoritas de ahora son mucho más sufridas. Cualquier empujón propio del juego era considerado como una agresión energuménica. Por el contrario, el equipo visitante debía sufrirlo todo sin quejarse. La masa funciona con el único criterio de la sentimentalidad. Cualquier aproximación a la meta contraria era enaltecido hasta el paroxismo, sin que hubiera excesiva razón para ello. Le ha llamado también la atención la rapidez de respuesta de la masa. En un par de segundos las protestas recorrían el estadio de una punta a otra. Aunque en general todo ha transcurrido con normalidad, Ancheta ha admirado la valentía del árbitro quien, al menos en dos ocasiones, ha sido capaz de enfrentarse a la sentimentalidad del público, lo que le ha costado pitadas estruendosas. Otras veces, por el contrario, ha preferido congraciarse con los espectadores. En consecuencia ha abusado de las tarjetas en un partido que se ha desarrollado sin mayores incidentes. Una cosa no le ha gustado a Ancheta: el sonido hiperbólico de la megafonía.

Loewe y aquagym

Va a la piscina y está su monitora favorita, pero se esfuerza en ignorarla. Hay que estar a lo que se está –a nadar en este caso– y no a mirar el espléndido trasero de esta mujer. Además, grita mucho, supone que para animar a sus pupilas del aquagym; pero a Ancheta le deprimen las voces. Termina con diez minutos de sauna. La llamada terma romana, por cierto, está llena de tíos. No se escucha una mosca.

Después de la siesta sale con la bici, pero el sol se ha quitado en favor de una niebla gélida. Del armario de los libros rescata “Tierra lejana”, que son las memorias juveniles de Julien Green, un escritor que leyó hace décadas y que le gustó mucho. Se lleva también el segundo volumen de las obras completas de CJCela, el que contiene los cuentos de don Cristobito. Ha dudado si lo tenía, pues tiene varios volúmenes de estas O.C. pero no lo tenía.

Anda incómodo sobre la bici, tanto por el frío como por los dos volúmenes que lleva calzados entre la tripa y la chaqueta. Tiene que pensar en hacerse con unas gomas para amarrar cosas sobre la parrilla trasera de la bici.

En casa hojea el Cela, para recordar las hechuras de su prosa, pero se cansa pronto y deposita el libro en la estantería junto a sus hermanos de edición. Cela es un escritor demasiado manierista para su gusto.

Luego se pone con el Umbral que adquirió el otro día –Los cuadernos de Vives– pero también se cansa enseguida, harto de tantas divagaciones, elucubraciones y lirismos. Lo que le parece un acierto es ponerle de nombre Loewe a la gata.