Una mendiga

No suelo dar a los limosneros callejeros controlados por mafias. Pero esa mujer, casi una anciana, menuda, encogida, con un pañuelo de flores en la cabeza, sentada en el cemento del paseo, es demasiado vieja para estar ahí tirada. Aunque ese es su gancho laboral, claro.

Qué hijos de puta, pienso sobre sus amos mientras le doy una moneda, que ella agradece. Estas mafias, que llevan décadas funcionando en nuestras calles, son un ahorro para las administraciones. Es más rentable dejarlas funcionar y que las financie la gente al margen de impuestos.

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